Quienes conocemos la obra de Mario Ayerbe sabemos que ha llegado a la madurez en su expresión plástica. Bástenos ver la luminosidad y el predominio del gesto en su actual obra para llegar a esta conclusión.
De hecho, al verla sabemos con certeza que ha pasado de la densidad a la fluidez, a lo gestual, lo cual es la mejor respuesta que nos da al entregarnos en sus pinturas y dibujos su experiencia creadora, su búsqueda permanente de la luz.
Precisamente esa gestualidad le imprime a su obra una gran frescura que se traduce en sus trazos amplios y firmes sobre blancos iridiscentes, azules profundos y violetas iluminados, tonalidades que, aunque ha utilizado en forma recurrente en su trabajo, tienen mayor énfasis en esta etapa de su obra donde lo lúdico y lo espontáneo acentúan el estado magistral por el que atraviesa su carrera artística.
Pareciera que después de su aventura de adentrarse en el dolor, de exorcizar el monstruo de un conflicto que ha marcado nuestra historia a través de una colección de corte realista, Mario recuperara la libertad de su espíritu y esa soltura se tradujera en la gestualidad de los trazos y la línea para desembocar en ese espectáculo del color y en este universo de luz que constituye su obra más reciente.
Llámense paisajes oníricos o escenas de la vida cotidiana, el juego propuesto es una forma más libre, más suelta, con un colorido más contrastante y vigoroso, que llama a insospechadas respuestas del observador de su obra.
El juego también tiene que ver con la identificación que no es otra que la comunión espiritual que se establece entre el yo interior reconocido con el yo por descubrir a través de la forma y el color. Lo intelectual y lo sensorial puestos al servicio de la sensibilidad estética. La lucha eterna entre la razón y la emoción, entre lo abstracto y lo evidente.
Mario ha creado un universo en el que ya se mueve con naturalidad y gran solvencia, con la seguridad de quien conoce su territorio intelectual y emocional y sabe cómo transmitirlo en sus obras.
Ya con el óleo o el acrílico, ya con el dibujo al carboncillo, la fuerza del signo como paradigma que nos conduce a su nueva realidad.
Ha enriquecido la visión de la naturaleza con su propio paisaje lúdico, en un juego de significados que se confrontan e igualan en sus superficies y texturas porque no es la copia de la naturaleza la que nos ofrece como goce sino el enriquecimiento de ella con su propio escenario, su propio universo.
Es su terruño el que se hace palpable en la exuberancia del color y el trazo ágil y firme de sus contornos.
De esta manera logra que sus paisajes lúdicos se conviertan en nuestro paisaje interior, que nos dejemos invadir por su concepto estético, que nos cautiven los símbolos de su territorio singular que es, al mismo tiempo, el planeta en que vivimos.
Es emocionante encontrarnos con su tratamiento del color, con sus trazos sugerentes, ya en su pintura como en sus dibujos, saborear la música de sus partituras oníricas, reconocernos en la narración de su territorio mágico y envolvernos en los gestos que nos traduce su obra a través de la luz, la línea y sus contrastes.
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